Vivimos en una sociedad machista, y el mundo de los videojuegos no se libra de sentirse influido por ella.
Cualquiera, en la época de la apatía en redes sociales, puede recibir un insulto desmedido por una mala jugada o por no conocer bien el modo de juego que se experimenta. Pero las víctimas de acosos sexuales en videojuegos, ofrecimientos y exigencias de índole sexual, negativas a participar en determinados eventos, insinuaciones de que un equipo será inferior en una competición por su sola presencia y otras muestras vejatorias, somos las mujeres.
No es cuestión de ocultarse o utilizar un nickname considerado neutro y por lo tanto masculino (asunto de gran importancia y que analizaremos más tarde), porque eso no soluciona el problema.
¿Qué son los videojuegos? ¿Método de expresión? ¿Cultura? ¿Cultura alternativa o subcultura? Si la consideramos así, ¿pueden ser sometidos a análisis, como cualquier libro o película? Si me preguntan a mí, la respuesta sería sí. Si un producto o contenido puede analizarse y criticarse, aumenta nuestra apreciación por el mismo, por conocer lo bueno y lo malo, lo que se puede mantener y lo que se puede mejorar.
Pero la comunidad de videojuegos no parece preparada para tales análisis o críticas, al menos, no desde ciertos ángulos.